De las tradicionales foliadas de San Juan y San Pedro en la Villa de Corcubión, por JUAN FERNÁNDEZ, Maestro Nacional. Esta memoria fue premiada con la nota de Sobresaliente, por la Superioridad en 1908 a propuesta de la Comisión Técnica de la Junta de Instrucción Pública de Primera Enseñanza de A Coruña. Una curiosa tradición de la que, con seguridad, no habrá otra similar en España, viene sucediéndose a través de los siglos en esta villa, haciéndonos recordar los célebres bandos salmantinos entre las nobles casas de los Enríquez y Manzanos, que en la Edad Media tantas veces ensangrentaron las calles de aquella ciudad. Su origen se pierde en la obscuridad de los tiempos, debido, quizá, a la desaparición de los archivos parroquiales y del Concejo, así como también las bibliotecas de los particulares, con el horroroso incendio de Corcubión llevado a cabo por los franceses en abril de 1809, que no dejó en planta más edificio que una sola casa para que atestiguase a las generaciones futuras la ignominiosa perfidia de aquellos defensores de la Libertad, el Derecho y la Justicia. Sin embargo, la tradición persiste, aunque el tiempo ha mitigado algún tanto la efervescencia que antes producía en el vecindario. Todos los años, desde principios de Junio al 25 de Julio, se nota en el vecindario de esta villa, un fenómeno psicológico inexplicable. El pueblo se divide en dos bandos, titulados de Rio Seco y Granada. El primero comprende toda la parte Norte, y el segundo el extremo Sur, a partir de un pequeño arroyo que lo atraviesa. Como todas las jóvenes artesanas se dedican a la confección del encaje de Camariñas, suelen agruparse tales obreras en diversos locales, alquilados por ellas para el indicado fin. Al anochecer de los domingos y demás festividades en el referido período, se reúnen las de cada bando acompañadas de los jóvenes que simpatizan con uno u otro grupo y recorren las calles de la población a los acordes de panderetas, castañuelas y otros instrumentos, dirigiéndose mutuamente coplas intencionadas unas veces, otras pícaras, y en ocasiones altamente injuriosas. Aunque en estas primeras excursiones sólo toma parte la mencionada juventud del pueblo, sin embargo, en el mayor o menor éxito de cada parcialidad, se interesan vivamente todas las clases del pueblo. Parece que una apasionada idea, domina a todos, ofuscando sus facultades. Pero en donde tal excitación llega a su colmo rebasando los límites de la prudencia y normalidad, es en las vísperas de San Juan y San Pedro. La víspera de estos días, se reúnen todos los de cada partido en su campamento respectivo. Los de Rio Seco, en el Crucero del atrio de San Antonio, llamado “Cabo da Vila” y los de Granada sin juntan en el Crucero del Campo del Rollo, y ambos se ven engrosados con la generalidad de los habitantes del pueblo, sin distinción de sexos, clases ni edades, apoyando cada cual a los de su bando con tanto calor y entusiasmo, como si se tratara de capital interés para la comunidad. Una vez situados ambos ejércitos en sus correspondientes y tradicionales puntos, ocupa la presidencia a reina da foliada, que suele ser la que mejor canta o se distingue por su entusiasmo en la preparación del festival. A su lado toman asiento las jóvenes que forman su corte de honor, llamadas las hadas de la fiesta, vestidas de blanco con franjas de colorines, y, todas ellas, provistas de su pandereta muy adornada, mientras que las destinadas al baile, calzan en las manos correspondientes castañuelas. Los hombres que pertenecen a la marinería, visten el traje blanco de la Armada. Ya todo en orden, se enciende la hoguera para la cual tienen reunidos varios carros de leña, y da principio el baile al son de la gaita del país, a la que acompañan en su canto la reina como las jóvenes que forman su cortejo. A las doce de la noche, levanta su campamento el ejército de Granada y sale con todos sus partidarios a recorrer las calles del pueblo, con dirección a Rioseco, entonando, la noche de San Juan, un canto melancólico con coplas en gallego antiguo que, aunque parece que no está en armonía con el entusiasmo de la multitud que le sigue, sin embargo, la enardece sintiéndose, entre copla y copla, un potente grito de ¡Viva Granada! y ¡Abajo Rioseco! Al aproximarse al campo enemigo, toda la foliada de Rioseco y las canciones de Granada llegan a su período más álgido, pues mientras unos dirigen coplas insinuantes y a veces ofensivas, los del otro campo contestan en igual forma, apurando la hoguera y preparándose todos, incluso los mas ancianos, a repeler a sus contrincantes si éstos se atrevieran a rebasar los límites señalados por la sucesión de los siglos alrededor del Crucero. Cuando la parranda de Granada va por la mitad del camino, con dirección al Campo del Rollo, abandona el suyo el de Rioseco, siguiendo el mismo trayecto recorrido por su contrincante; el mismo cántico melancólico y lánguido se oye entonces, y solo varían las coplas que suelen ser contestación a las que se les dirigieron. Al llegar al campamento de Granada, se verifica igual fenómeno que el de San Antonio, teniendo que seguir la misma ruta alrededor de la Cruz, pues si se interpusiera entre ésta y la hoguera, se desarrollaría una terrible lucha entre ambos partidos, que algunos años ensangrentaron las calles de Corcubión. Al fin de evitar estos choques, suele ir el Alcalde con municipales y toda la fuerza del puesto de la Guardia Civil, presidiendo, llamémosle así, al primero de los dos bandos que suele recorrer la pista, dejando quedar una pareja al pasar por Rioseco y siguiendo en el resto hasta el punto de salida, donde al poco tiempo de haber sido visitado por el ejército de sus contrarios, es disuelto por la autoridad. A pesar de todas estas precauciones, hace unos cuarenta años se produjo una reyerta entre los dos partidos que ocasionó algún muerto y otras víctimas, entre las que figuraron un Guardia Civil, que perdió una pierna, y varios paisanos que fueron a presidio. En vano trataron algunos alcaldes de prohibir tales manifestaciones; el pueblo men masa, deponiendo sus antagonismos, se rebelaba contra semejante orden, considerándola como un atropello a sus inviolables derechos. Los días de San Juan y de San Pedro se repiten las mismas excursiones con igual júbilo y algazara, yendo los dos bandos, en la tarde del último, a un lugar llamado de San Roque, donde se celebra la fiesta de San Pedro de Redonda. Cada cual va por distinto camino y en diferentes horas, formando sus foliadas, y después de bailar toda la tarde cada uno en su demarcación, inicia la salida la de Granada, regresando al pueblo, entonando alegres cantares de sus partidarios y admiradores al son de la gaita, panderetas y castañuelas. Quince minutos después, sigue igual itinerario el tercio de Rioseco, pasando por el campamento enemigo con el mismo ritual de la noche anterior, desbordándose entonces el entusiasmo popular a gritos de vivas y mueras que parten de las diferentes comitivas. Después de algún descanso, continua el festival en ambos cruceros hasta las once de la noche, que vuelven a visitarse con las formalidades de rúbrica, fustigándose con acerbas coplas, que muchas veces dieron lugar a disgustos, orillados en el juzgado. Debemos advertir que la música del día de San Pedro difiere de la de San Juan, siendo más alegre. A partir de este día, cesa la agitación hasta el 25 de Julio, en que ambas parrandas, embarcadas en diversas navecillas, adornadas ad hoc, cruzan la ría con dirección a la parroquia de la Ameixenda, perteneciente al ayuntamiento de Cee. Allí se celebra la festividad de su patrono Santiago, y después de pasar la tarde en aquel sitio con los bailes y canticos de intransigencia y rivalidad, al ponerse el sol, deponiendo sus antagonismos, se abrazan los dos partidos, regresando al país natal, entonando coplas de fraternal alegría, que dura amorosamente hasta bien entrada la noche. Como hemos indicado al principio de este escrito, no se sabe a ciencia cierta el origen de esta curiosa costumbre, que sí va perdiendo el carácter agresivo que debió tener en la Edad Media, y si por el efecto de las costumbres modernas también declina de año en año, no por eso deja de llamar la atención a las personas extrañas y pensadoras. La tradición habla de dos casas nobles que ejercían su señorío en esta comarca y que, con sus rivalidades y luchas políticas, tenían dividido el pueblo en dos bandos que se odiaban a muerte. Se dice que estos próceres eran el Arcediano de Trastamara, señor de Rioseco, que ejercía su dominio en la parte Norte de Corcubión, en Cee y en distintos pueblos, siendo su contrincante el conde de Altamira y de Granada, que dominaba en la parte Sur, en las parroquias de Sardiñeiro, Duyo y Finisterre y en otras muchas del partido y de fuera, existiendo aún su palacio solariego en esta villa. También se supone que la rivalidad de ambos aristócratas debió de tener su origen en las luchas sostenidas en el siglo XIV entre don Pedro I, el Cruel, y don Enrique II de Trastamara, por abrazar cada uno de aquellos distinto partido. Comprueban de cierto modo esta opinión, coplas alusivas a aquellos sucesos, puestas en boca de los dos bandos en que se divide esta villa durante el período citado, pues aunque suavizadas por el roce de los años, que también suele modificar las modalidades de los dialectos e idiomas, dicen algunas de ellas lo siguiente: GRANADA Vind’o campo dos pexegos cadekis de Trastamara, qu’ enterrarambos n’os regos as valentes de Granada. RIOSECO Nada queremos de vos escravos dun can doente. q’a pauliña ten de Dios por matar a nobre xente GRANADA Fillo d’unha lixurada q’e xogou c’o pai d’o Rey e tiv’o verse n’a lanze; ¡Ese está fora d’a Ley! RIOSECO Sodes esclavos d’o demo que colgá a xente de cote, e pol a man venenosa segaramb’os o gañote GRANADA Non queremos n’esta terra a quen defend’os pendós defollados pol’a guerra, como erexes e ladrós. RIOSECO Xa est’o lobo carniceiro xiringad’alá en Montiel, send’o voso compañeiro, pedirñ’o demo por él. Por este estilo se recitan o cantan infinidad de coplas. En las noches de San Juan y de San Pedro, cantan las comparsas las siguientes coplas en el sentimental tono que hemos indicado: (1) Lavantamos e vamos galan coller o ramo, leveremos con nosco a mais avalentado. O San Xuan bendito está en Sardiñeiro, vámol’a visitar con ferreños e pandeiro. O San Xuan bendito ten o cális n’a man para darll’a beber os romeiros q’aló van. Donde ven San Xuan, casi ven orballado, ven d’o río Xordán de bautizar o Amado. Donde ven San Xuan casi ven molladiño, ven d’o río Xordán de bautizar o meniño. Donde vai San Pedro c’o seu pau n aman, vai en Sardiñeiro a buscar San Xuan. E San Xuan lle dixo: -Eu non vou alá, porque non viñeches o meu día acá. -¡Home! Ti perdona que non puden ir, que tod’aquel día levei en dormir. Veño de San Pedro vou para San Roque, levo tres feridas ninguna de norte. Veño de San Roque, vou para San Pedro, tres feridas levo ninguna de medo. Si queredes vir non vos teño medo que son a criada d’o Siñor San Pedro. Levamol’a palma xa vos ben o ves, c’a Reina d’o Campo xa vos non podés. (1) El distinguido músico y compositor gallego don Felipe Paz, Director que fue de la banda municipal de Noya, entusiasmado con estos cánticos, escribió la partitura musical con ánimo de unirla a una gallegada compuesta por él mismo. Suelen mezclarse a estas coplas otras de actualidad con alusiones personales. Dice la misma tradición, que el matrimonio de dos ramas de ambas familias, fomentó la paz entre ellas y sus partidarios. Para no hacer más difuso este trabajo, me resta advertir que en los muchos años que llevo al frente de la enseñanza en esta villa, siempre he procurado, tanto en mis relaciones con los particulares como en clase, suavizar las asperezas de la tradicional costumbre. Como el apasionamiento cunde hasta en los niños de ambas partes que vienen a esta Escuela, única que existe en el pueblo, aprovecho la ocasión, les hago ver lo que representa tal dicción. Después de analizar los hechos y deducir las consecuencias, me adhiero en principio a la idea que entraña, siempre que haya encauzada en los límites de la sensatez, porque tiende a conservar el sentimiento fundamentado en el honor y en la lealtad a la bandera jurada. Termino manifestándoles que hoy no debemos tener más bandera que la santa insignia de la Patria, a la que dedico las expresiones más tiernas de mi corazón, que los niños escuchaban con muestras de religiosa ternura, y muchas veces, para que la educación cívica y patriótica vaya echando hondas raíces en el tierno corazón de mis amados discípulos, desplegando la sacrosanta bandera española, les hago entonar un hermoso himno en su honor, terminado el cual, ya a medida que salen de clase, van besándola fervorosamente, como se besa a la madre querida que presta vida y calor al hijo de sus entrañas. EPÍLOGO Allá por el año de 1892, si la memoria no me es infiel, recibí carta del diputado por una de las capitales de Cataluña, rogándome con encarecimiento que le suministrase todos los datos históricos referentes a esta Villa y su contorno, para ilustrar una obra “Geografía Descriptiva”, que pensaba publicar. Me añadía que, según memorias de un bisabuelo suyo, por los años de mil setecientos noventa y tantos, mandando una corbeta de guerra, que había tenido que refugiarse en este puerto al amparo de sus castillos, para librarse de la rapacidad inglesa que la perseguía y trataba de dar caza con cinco navíos de alto bordo. Que habiendo permanecido dicho marino en esta villa, reparando las averías del buque, desde fines de Mayo a principios de Agosto, fuera testigo ocular de un espectáculo tan patético y sorprendente; dentro de su sencillez, que la entusiasmara profundamente. Todos los habitantes del pueblo, con divisas y distintos pendones, produciéndose entre ambos, torneos bélicos desaforados, durante los meses de Junio y Julio, a los gritos respectivos de ¡Viva Granada! y ¡Viva Rio Seco!, cuya tradición databa del tiempo en que los hijos de don Alfonso XI andaban a la greña, y con ellos la aristocracia española, ayudando con sus mesnadas a uno y otro contendiente. Aceptando con gusto el honroso encargo, traté de inquirir todos los detalles precisos, y como en ningún archivo se encontraban escritos referentes a los tiempos anteriores a 1809, por haber quedado reducidos a cenizas cundo los franceses trataban de imponernos sus amorosas ideas liberalescas, quemando todas las casas e iglesias del pueblo, me presenté a la venerable anciana doña Estrella Escaja, superviviente de una raza linajuda de bravos marinos, algunos de los cuales con real cédula de corsarios, célebre goleta “Flecha”, a contener los desmanes y piraterías de los secuaces de Nelson. En aquella risueña mansión rodeada de jardines y frondosos frutales, evocada de recuerdos memorables solían concentrarse desde los tiempos más antiguos todas las sorpresas que la parranda de Granada acostumbraba exhibir, para vencer y deslumbrar a su contrincante la de “Rio Seco”, habiendo sido en su juventud aquella señorita, como la habían sido antes sus predecesoras, la que ayudaba y dirigía el adorno de la reina, hadas, cantoras, cintajos y perifollos. Después de los saludos de rúbrica y de haber ensalzado la amenidad de aquel poético nido, le rogué tuviese la bondad de facilitarme todos los datos referentes a la famosa tradición, y ella, con gran entusiasmo y facilidad de palabra, se expresó así: Los que nacieron después del 9 de Abril de 1809, fecha luctuosa para esta Villa, solo saben por tradición que dos altos próceres de horca y cuchillo que ejercían jurisdicción por toda esta comarca, diferentes pueblos de la provincia y de España, abrazaban partidos opuestos en las huestes de don Pedro I, el Cruel, y su hermano don Enrique de Trastamara; de manera que, hijos del mismo pueblo, tenían que combatir contra sus propios hermanos, en las fratricidas guerras civiles de aquella época, siendo este el origen de las pandillas rivales. No puede usted figurarse –prosiguió la buena anciana- del entusiasmo y fogosidad que electrizaba a todas las gentes del pueblo, sin distinción, durante los meses de Junio y Julio, en los tiempos de mi niñez. Para que forme idea de semejante obsesión, le diré con toda veracidad de mis años que un hermano mío, acreditado piloto mercante, contrajo matrimonio en la villa de Muros con una señorita de su igual. Celebraban la boda la víspera de San Pedro por la tarde con gran aparato y concurrencia de amigos e invitados, y, al anochecer y cuando mayor era la alegría de los comensales, sintió el novio una conmoción de tal naturaleza, al recordar que a la misma hora s derrochaba el jaleo en su país natal con las parrandas de San Pedro, que, obedeciendo a una especie de corriente magnética, huyó sigilosamente a tomar parte en el festival callejero, olvidándose de las amorosas dulzuras que le brindaba por vez primera, en el santo lecho nupcial, las arrulladoras caricias de una beldad muradana. Muchísimos ejemplos parecidos pudiera narrar a Ud. –añadió la simpatiquísima y entusiasta anciana- de personas que, ausentes de aquí durante semejantes festejos, sintieron hondamente la amargura y nostalgia por el hermoso país de sus ensueños. Solo concretaré relatarle uno, por encontrarse en el pueblo el protagonista y ser amigo de Ud. Con lo cual pude comprobar este aserto. Navegaba con rumbo a Montevideo, mandando un buque mercante, el capitán D.F. ..., la noche de San Pedro, cuando súbitamente sintiese acometido de profundísima aflicción. Habiendo sido notado este fenómeno por unos tripulantes vecinos suyos que llevaba a sus órdenes, se atrevieron a preguntar si se encontraba indispuesto; y les contestó que el recuerdo de la foliada que se estaba preparando en Corcubión, en aquellos momentos, llenaran su alma de melancolía, y que, para desecharla de sí, les rogaba que cantasen el San Juan y el San Pedro, descorchando al efecto algunos canecos de Ginebra para que sirvieran de saludable incentivo a la clásica fiesta, que, según noticias de los interesados, resultó magnifica y deslumbradora en aquellas bastas soledades del Océano, surcadas por el bergantín, iluminado a la veneciana, sobre el cual se derrochaba el buen humor. Para terminar esta ya largo escrito, solo me resta añadir, que desde la última decena del siglo pasado que tuve el inefable placer de presenciar por primera vez la patética fiesta, hasta nuestros días, se fue notando una visible decadencia, legando a extinguirse casi la parranda de Rio Seco. Desde que dejó de dirigirla el célebre Mariqueiro que, para contener su ruina; puso a servicio de la causa toda su sutileza y ascendencia moral, sobre las mujeres de la parte Norte del pueblo. La misma suerte va corriendo su contrincante de Granada, que ha perdido prematuramente, hace unos pocos meses, a su entusiasta directora, Benita Vidal, llamada La Romana, por tener mezcla de su sangre de gallega pura con la ardiente de los Estados Pontificios. Esta mujer valerosa y decidida, inflamaba a los suyos con su fogosidad en pro de su partido, improvisando coplas adecuadas durante sus correrías que, según los casos, halagaban u zaherían. Sería de lamentar muchísimo que por apatía del Ayuntamiento y clases directoras del pueblo, se pierda definitivamente tan hermosa tradición, cuando todas las ciudades de España y del extranjero tratan de conservar a todo trance las costumbres peculiares legadas por sus pasados a la posteridad. FIN Juan Díaz Fernández Corcubión, Septiembre de 1920


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