El alcázar toledano, que se alza sobre el cerro más alto dominando la ciudad, tiene su origen en una fortaleza musulmana que sirvió de residencia a los gobernadores de Toledo, entre ellos el ya citado en alguna otra leyenda "Al-Mamun", que tenía una hija llamada Casilda...
Santa Casilda o "Las Rosas de Santa Casilda"
El
alcázar toledano, que se alza sobre el cerro más alto dominando la
ciudad, tiene su origen en una fortaleza musulmana que sirvió de
residencia a los gobernadores de Toledo, entre ellos el ya citado en
alguna otra leyenda "Al-Mamun", que tenía una hija llamada Casilda.
Cada noche, cuando todo dormía o parecía dormir en el castillo, Casilda
se levantaba del lecho y, entreabriendo la puerta y las ventanas de su
aposento, escuchaba la muchacha los lamentos y gemidos que subían hasta
ella desde el foso. Desde muy niña había demostrado una gran
sensibilidad hacia las desgracias ajenas y moviéndose por el alcázar
había descubierto la dureza de la prisión y la trágica suerte de los
cautivos, en su mayoría cristianos capturados en las duras luchas
fronterizas del reino moro. En sus visitas a las mazmorras de la
fortaleza, no dudaba en curar las heridas de los prisioneros, llevarles
alimento y consolarles, mientras hablaba con ellos y se le despertaba
cierta curiosidad por aquella religión a la que dichos hombres no
renunciaban pese a sus penalidades.
Pronto llegó a oídos de su padre aquella actitud, muy criticada por los
nobles árabes, y muy enojado, intentando demostrar la inocencia de su
hija, pidió ser avisado la próxima vez que ésta visitara las mazmorras.
Un día en el que Casilda se acercaba a los sótanos del alcázar
ocultando alimentos en el delantal, su padre le salió al paso y le
preguntó qué hacía allí y qué escondía en el delantal.
La muchacha al principio se asustó mucho, pero enseguida recuperó la
serenidad y contestó que sólo eran flores para alegrar un poco aquellas
estancias. El padre le exigió que abriera entonces el delantal y así lo
hizo Casilda, apareciendo un gran ramo de rojas en su regazo.
El percance no pasó de ahí, pero la muchacha, muy impresionada por
aquel hecho portentoso, empezó a pensar en la conversión al
cristianismo, pero al poco tiempo comenzó a sufrir unas fuertes
hemorragias que la iban deteriorando. Los médicos de la corte no sabían
descubrir un remedio a sus dolores y como último recurso para salvar su
vida, se le aconsejó que acudiera tratarse con las aguas del lago de S.
Vicente, cerca de la villa de Briviesca, en pleno reino de Castilla.
Naturalmente, el rey musulmán no veía con agrado enviar a su hija a
tierras cristianas, pero ante el ultimátum de los médicos, dio su
permiso a Casilda para que emprendiera el viaje. En su destino fue bien
recibida por los cristianos y al poco tiempo los baños surtieron efecto
y la muchacha se curó.