Descripción del sitio
Nadie sabe cómo murió la hija del conde D. Julián. En aquel
desquiciamiento de un imperio que con horrible estrépito se hundió en
el Guadalete, en aquella desaparición de una raza entera, todos los
personajes que, más que otros algunos, estaban en el camino del
torrente que se desbordaba, fueron sepultados en sus aguas. La historia
misma, espantada de tan tremendo juicio de Dios, rompió sus tablas y
veló su rostro; y durante algún tiempo las sombreas se extendieron por
todas partes... Cuando el primer momento de estupor hubo pasado, cuando
recogió del suelo su estilo, con el que graba en la piedra las hazañas
de los hombres, su primera página fue un lamento tristísimo y
prolongado: el llanto de España que apunta la crónica atribuida al rey
Don Alfonso X. Pero no quiso volver la vista atrás, y el fin de aquel
sangriento drama, cuyo prólogo habían sido las orillas del Tajo, y cuyo
epílogo eran los llanos de Jerez, quedó envuelto en el misterio más
profundo. Nada se sabe de Don Rodrigo y D. Julián; todos ignoran el fin
de Florinda, D. Oppas y los hijos de Wittiza.
Esto no satisface a la tradición. Preguntadla, y ella os responderá que
D. Rodrigo murió haciendo penitencia, trasformado en ermitaño, después
de sufrir una expiación terrible a su delito; que D. Julián, D. Oppas y
los hijos de Wittiza fueron muertos por los mismos árabes, que
desconfiaban de ellos, y a quienes tan bien habían servido con su odio;
que Florinda, en fin, loca de dolor y de vergüenza, vino a terminar sus
días en este mismo torreón, mudo testigo de su crimen. Así refiere este
último suceso la leyenda.
Victoriosos los árabes en el Guadalete, donde acudiera a detenerlos la
parte más fuerte y vigorosa del pueblo godo, y envalentonados con su
triunfo; derruidos, casi totalmente, los muros de las ciudades, y
faltos de armas los brazos por disposición de Wittiza, que cambió todos
los útiles de guerra en instrumentos de labranza, fácil fue a los
vencedores, acaudillados por Tarik, apoderarse del resto de España. No
tardaron mucho en llegar a la vista de Toledo, que se preparaba a
resistirlos, cuando los judíos que vivían en el arrabal, y que tantas
injurias, tantas ofensas tenían que vengar de los descen dientes de
Sisebuto, les abrieron las puertas de la ciudad. Desde aquel día, y
durante 374 años, Toledo yació en la servidumbre, y sobre su alcázar y
sobre sus muros flotó la media luna mahometana.
Poco tiempo después de esto, los habitantes de la parte de Toledo
inmediata al antiguo palacio de los reyes godos donde hoy se alzan la
Puerta del Cambrón y San Juan de los Reyes, estaban amedrentados, y
todas las noches, mientras el viento bramaba con furia, comentaban con
terror la aparición de una mujer loca y desmelenada, que, prorrumpiendo
en carcajadas salvajes , recorría con extraviados pasos las orillas del
río, registraba con inquieta mirada su revuelto fondo, y sin detenerse
nunca, sin alzar jamás los ojos al cielo, proseguía eternamente su
carrera murmurando palabras incoherentes y sin sentido que llevaban el
miedo y la tristeza al corazón de cuantos la oían. En vano hubo algunos
bastante arrojados para esperarla en su camino y pedirla la explicación
de sus actos; apenas veía que alguien trataba de aproximarse a ella,
sus ojos aprecian prontos a salir de sus órbitas, su agitación era más
extraordinaria, sus frases más incoherentes, más salvajes sus gritos:
huía, huía, sin que nadie pudiera seguirla en su carrera desenfrenada.
¿Era un ser humano? ¿Era un espectro? ¿Tenía un cuerpo real, o era
imaginaria la forma con que se presentaba a los mortales? Preguntas son
estas cuya contestación hubiera dado mucho que hacer a los toledanos,
que nada podían asegurar en asunto que tanto les importaba conocer.
Pero su curiosidad se estrellaba ante un obstáculo poderoso: aquella
mujer no quería ver a nadie, y no parecía vivir bien mas que en la
soledad.
Mucho tiempo pasó así; mucho tiempo fue objeto de las conversaciones
mantenidas en voz baja y al oído, y de las mas aventuradas hipótesis.
Un día, desapareció y nadie volvió a verla.
Pero, desde entonces, ocurrió una cosa muy extraña: todas las noches,
apenas el sol hundía en el horizonte su disco de diamante y las nubes
encapotaban el cielo, en esos momentos de calma que preceden a la
tempestad, veíase, en pie sobre el torreón que hoy se conserva de los
lujosos baños de la Cava, una figura descarnada y seca, con el cabello
suelto al aire, volviendo a todas partes la triste mirada de sus ojos,
sin expresión y sin vida; de repente, elevaba la vista hacia el que fue
paladio de Don Rodrigo; el viento, que rugía, modulaba un grito
prolongado, y, al espirar, otra sombra, la sombra de un hombre armado
de todas armas, pero con la cabeza desnuda, surgía también sobre el
arruinado alcázar. Y las dos fantasmas se miraban, clavaban uno en otro
sus pupilas sin luz, y entonces era cuando el huracán rugía con más
fuerza, cuando el río desbordaba su corriente por los campos vecinos e
inundaba la fértil vega, cuando la claridad de la luna desaparecía por
completo, y las tinieblas más espesas reinaban sobre el pueblo
amedrentado. En aquellas horas, largas como el dolor, nadie se atrevía
a salir a la calle, por miedo a encontrarse en las sombras de la noche
con aquella mirada brillante que parecía desencadenar los elementos
para lanzarlos sobre el mundo.
Algunos fieles acudieron, para buscar remedio a tantos males, a un
viejo ermitaño que, retirado al centro de los montes, pasaba su vida en
la abstinencia y el ayuno; le contaron los extraños sucesos que
llamaban tan poderosamente su atención, y le pidieron que impetrase del
cielo la gracia de que aquellas sombras volvieran a dormir sosegadas en
sus sepulcro. Púsose en oración el anciano, cuando a la noche acarició
el sueño sus pupilas, apareciósele una figura, semejante a la que le
pintaran los toledanos, y esta figura abrió sus labios para hablar y le
dijo:
-Yo soy Florinda la maldita, Florinda la Cava, la hija impura del conde
D. Julián. Cuando supe que España era, por mi crimen, esclava de los
hijos de Mahoma, una voz interior se alzó en lo más profundo de mi
alma, mandándome venir, sin tregua ni descanso, a este lugar de mis
culpas, a buscar mi honor perdido en las revueltas ondas del Tajo.
Perdí la razón, pero no lo bastante para dejar de oír esta voz
acusadora, y cruzando valles y llanuras, praderas y montañas, llegué a
Toledo, y en Toledo he vivido mucho tiempo, sostenida por una fuerza
misteriosa, buscando incesantemente lo que no me era dado encontrar.
Por fin, mi vergüenza y mi dolor me mataron; allí, en aquel sitio,
testigo de mis torpes placeres, yace insepulto mi cuerpo; mi alma va
todas las noches, en penitencia, por orden de Dios, a llorar
eternamente mi falta; y evocada por mi llanto, el alma de Rodrigo baja
también a llorar la suya a las rotas almenas de su palacio. Vé allí,
bendice en nombre del Omnipotente aquellos lugares malditos, y mi alma
no volverá a aparecer en ellos.
Y la sombra desapareció, perdiéndose en el espacio.
Despertó sobresaltado el ermitaño, y aquella noche, seguido de los
habitantes del arrabal, que llevaban teas encendidas, trasladóse a los
antiguos baños de Florinda; apenas entró en ellos la cruz, el cuerpo de
la desgraciada mujer, y en completo estado de putrefacción, se levantó
por sí sólo, y fue a sumergirse en el río con admiración de todos. El
ermitaño bendijo el breve recinto en nombre de Dios, y postrándose de
rodillas rezó por las dos almas extraviadas, y todos oraron con él.
¡Cuadro de amor y de ternura! ¡Ver a aquellos seres, libres y felices
en otro tiempo, ahora esclavos y proscritos en sus mismos hogares,
rezando por el descanso eterno de los que habían sido causa de sus
desventuras!
¡Ya no volvió a verse en Toledo la sombra de Florinda!
Pero quedó el romance:
Amores trata Rodrigo
descubierto ha su cuidado
a la Caba se lo dice
de quien anda enamorado.
Miraba su lindo cuerpo
mira su rostro alindado
sus lindas y blancas manos
él se las está loando
Rodrigo que sólo escucha
las voces de sus deseos
forzola y aborreciola
del amor propio efectos.
La Caba escribió a su padre
cartas de vergüenza y duelo
y sellándolas con lágrimas
a Ceuta enviolas presto.