“Los nobles se han dividido
y abandonado está el cetro,
pues del Rey tratan, y entonces,
las armas hablan por ellos.”
En la ciudad de Toledo, dos nobles familias se enfrentan: la de los Silva, abanderados de los cristianos nuevos o conversos, y la de los Ayala, pertenecientes a los cristianos viejos.
“No hay cobertizo seguro
ni callejón en que al menos,
sin alma quede algún Silva
o algún Ayala esté muerto.”
En el barrio de San Justo, en noble casa, Isabel espera la visita de su amado: Don Diego de Ayala. Unos pasos oye y corre a desencajar el portón que cierra la casa… No es Don Diego, sino unos hombres que sujetan con fuerza a la joven. Ya llevan varios días planeando cómo secuestrar a la prometida de un Ayala, y en la noche elegida prestos acuden a realizar su fechoría.
Mientras, Don Diego se aproxima a la casa de Isabel, pasando por la plaza de San Justo y haciendo parada como buen cristiano bajo la figura del Cristo de la Misericordia que allí se encuentra.
“… de un caballero que fiel,
será don Diego de Ayala
que tiene a orgullo y por gala,
rendir a doña Isabel”
Mas cuando estaba sumido en su breve rezo don Diego escucha gritos de mujer y gran escándalo provenientes de la ruta que se disponía a proseguir y, doblando una esquina hacen aparición en la plaza varios hombres enmascarados que portan a una mujer amordazada.
“¡Diego, sálvame!
¡Isabel!
¡Tú! –respondió- Y al ser Ella
la defendida por él.
Diego desenvaina la espada indignado en defensa de aquella doncella y con certero golpe de su noble acero toledano derriba a uno de los captores y se acerca a la dama, viendo con gran sorpresa que efectivamente se trataba de su prometida.
“Le acosan, rápidos, diez,
A todos a raya tiene,
y contra todos mantiene
su arrogante intrepidez.”