Maldivas, el paraiso-Nagore Vitallé - Heaven & Hell (sitios de interés)
Descripción del sitio
Esta historia empieza con un regalo de cumpleaños que yo me hice a mi misma. Un viaje a las Maldivas, a una cabaña alquilada. Esta pequeña morada estaba delante de una maravillosa playa tropical en donde había muchas olas para poder surfear, mi pasión. Estaba deseando hacer ese viaje, aún me quedaban unos días pero no podía esperar más, estaba eufórica.
Por fin llegó el día esperado. Era una ocasión perfecta para relajarme y descansar de la vida tan alborotada que llevaba. Después de trece horas de avión, dirección París-Maldivas, salí del aeropuerto y en cuestión de segundos me vino una ola de calor. Fije la mirada en el aparato que marcaba la temperatura y pude contemplar que marcaba unos treinta y cinco grados, un calor abochornante.
Por fin llegue a mi humilde morada que estaba en medio de un oasis. Lo primero que hice fue ponerme el biquini, sacar mi tabla de surf e ir en busca de esa magnífica playa.
Gracias a una amable señora logré llegar a mi destino. Había unas olas increíbles, olas de un metro perfectamente alineadas, derechas e izquierdas, el agua cristalina y un día espléndido. Supuse que aquel lugar no era muy conocido puesto que apenas había gente. Corrí hacia el agua como alma que lleva el diablo y al entrar sentí un cosquilleo por todo el cuerpo, el agua estaba en una perfecta temperatura. Me sumergí para pasar la primera ola y note como el agua, por muy caliente que estuviese, me refrescaba el cuero cabelludo y me acariciaba todo el cuerpo. Al salir a la superficie, notaba como el sol se fijaba en mi piel mientras remaba sin cesar. Cogí unas olas perfectas y aunque mi surf no fuera de los mejores no lo hice mal.
Todo el viaje fue exquisito, gente muy agradable, olas maravillosas, un arrecife precioso,... Para mí, fue como estar en el cielo.
Por fin llegó el día esperado. Era una ocasión perfecta para relajarme y descansar de la vida tan alborotada que llevaba. Después de trece horas de avión, dirección París-Maldivas, salí del aeropuerto y en cuestión de segundos me vino una ola de calor. Fije la mirada en el aparato que marcaba la temperatura y pude contemplar que marcaba unos treinta y cinco grados, un calor abochornante.
Por fin llegue a mi humilde morada que estaba en medio de un oasis. Lo primero que hice fue ponerme el biquini, sacar mi tabla de surf e ir en busca de esa magnífica playa.
Gracias a una amable señora logré llegar a mi destino. Había unas olas increíbles, olas de un metro perfectamente alineadas, derechas e izquierdas, el agua cristalina y un día espléndido. Supuse que aquel lugar no era muy conocido puesto que apenas había gente. Corrí hacia el agua como alma que lleva el diablo y al entrar sentí un cosquilleo por todo el cuerpo, el agua estaba en una perfecta temperatura. Me sumergí para pasar la primera ola y note como el agua, por muy caliente que estuviese, me refrescaba el cuero cabelludo y me acariciaba todo el cuerpo. Al salir a la superficie, notaba como el sol se fijaba en mi piel mientras remaba sin cesar. Cogí unas olas perfectas y aunque mi surf no fuera de los mejores no lo hice mal.
Todo el viaje fue exquisito, gente muy agradable, olas maravillosas, un arrecife precioso,... Para mí, fue como estar en el cielo.